At. Madrid (2-0) FC Barcelona

Thursday, 14 April 2016


Sólo el tiempo y el marcador iban a juzgar si la puesta en escena del Barça, exageradamente contemplativa de salida, serviría para resolver una eliminatoria tan apretada y contra el ardor del circo ambiental, de primera, montado por el rival con el único objetivo de no fallar en la primera oportunidad que se presentase o, mirado del revés azulgrana, esperar el menor fallo del contrario para tumbarlo al suelo.

Esos minutos iniciales dedicados dejar morir el partido de inanición, sin prisa por nada en un ejercicio de pasividad impropio del Barça, le faltaron al final para arreglar un partido que se llevó el Atlético con más oficio.

Desaprendida la lección de Anoeta, que no fue precisamente del tipo estratégico, a los 36 minutos de partido llegó ese fatídico error, un despeje de Jordi Alba al peor de los espacios, desde donde le bastaron tres toques al At. Madrid para darle la vuelta a la situación y poner al Barça contra las cuerdas.

Idéntico e irritante escenario al de la ida hace una semana y al de Donosti, donde no sólo influyeron los aspectos meramente futbolísticos sino también esa fatalidad histórica que, resumido en el teorema del colmo de las desgracias, afirma que el enemigo siempre le marca al Barça en la primera ocasión que se presenta.
Al Barça le tocaba, pues, iniciar la enésima remontada, esta vez en el más infernal de los estadios, con la lanza rojiblanca preparada para la estocada definitiva y una inquietante falta de velocidad e ideas en la generación de ese glorioso fútbol de ataque que ha hecho del Barça un coloso único en la historia del fútbol.

No iba a ser el resto del partido muy recomendable para el corazón de los barcelonistas, conscientes de estar al borde del abismo y de haberse puesto muy cuesta arriba el camino de vuelta.

Sin gol no hay milagro
Sólo quedaba confiar en los ‘ángeles’ de Luis Enrique, en la proverbial presencia de Messi, la magia del Tridente y en el espíritu ganador de los campeones y en ese límite el Barça pareció dar síntomas de recuperar, como en la segunda parte del Camp Nou en la ida, esa respiración tranquila y la serenidad suficientes para tomar el mando y el control de partido con la intención de gobernarlo primero y ganarlo después a su manera. Quizá como debió haber hecho desde el principio.
En ese proceso Luis Enrique jugó fuerte dando entrada a Turan y a Sergi Roberto viendo que la banda derecha flojeaba y que el centro del campo necesitaba un plus anímico más que nada.

Fue cuando Oblak debió empezar a tocar balón con más frecuencia, el Barça empezara reconocerse y a acosar el área contraria. El problema seguía siendo el tiempo.

Lo hizo sabiendo que a sus espaldas se exponía, ahora sí, al terror del contragolpe atlético en su formato más venenoso y letal porque no habría mucho más que hacer que reaccionar con otro gol en contra si se mantenía durante más minutos esa exposición que hacía relamerse al Calderón.

Había determinación en el Barça pero el combate era casi cuerpo a cuerpo contra un Atlético pegajoso, cerrado y seguro de poder resistir la tormenta, se diría que notablemente cómodo en ese papel. El peligro rondó finalmente en el área de Oblak pero sin que el gol acabara de llegar, ese gol que lo podía cambiar todo.

Por el contrario, en otro error propio, un balón que Sergi Roberto perdió donde no podía ni debía, acabó en un penalti cuya conversión, apenas a dos minutos del final, extremó la situación hasta más allá de lo imposible.

  • Media: Mundo Deportivo

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