Contrariamente a la reacción rápida, decidida y efectiva del equipo en Riazor, la victoria sobre el Sporting se coció a fuego lento. El Barça impuso su ritmo y dominio, pero desde luego sin la vitalidad ni la precisión del miércoles en condiciones más apremiantes y bajo mayor presión por aquello de haberse casi dejado la Liga contra el Valencia y con la incógnita por resolver sobre cuándo frenaría su caída.
Sabiendo que el Real y el Atlético habían resuelto con más o menos dificultades sus compromisos, a los azulgrana no les quedaba otra que ganar para mantenerlos a raya conservando la valiosa ventaja del gol-average.
Iniciado el partido, sin embargo, costó discernir si el festival de parsimonia de la primera parte se debió a las consignas contemporizadoras de Robert Fernández de no encajar por encima de cualquier otra consideración, a otra pseudo pájara, quizá al hecho de sentirse más que tranquilos con el 1-0 conseguido relativamente pronto, en el minuto 13, o a la actitud también calmosa del Sporting, que se dedicó a perder tiempo sin la menor vergüenza tras el gol.
Ciertamente el Barça dispuso de otra muy clara de Messi y sobre todo una de Luis Suárez en el 41 tras arrastrar Neymar a toda la defensa y dejarle un balón que ni pintado. El Sporting, preocupado y eficiente a la hora de mantener al Barça lo más alejado posible de su área, consiguió rechazar su disparo a boca de gol. En cambio, el Sporting se despidió al descanso con un doble remate, inquietante, finalmente alejado por Piqué con una maniobra costillar de muy bella factura.
A los diez minutos de la reanudación el panorama había cambiado bastante, ya le habían anulado un gol a Messi por una inexistente carga de Suárez contra el portero y el propio Leo fue protagonista de un par de excelentes maniobras de ataque, sin duda porque el Barça había salido con la determinación suficiente y el Sporting había dado un pequeño paso hacia adelante.
Neymar, en un partido de constante trabajo y presencia, dispuso de una ocasión muy clara que también Cuéllar se encargó de conjurar. Era otro partido, por suerte dinámico y decididamente azulgrana cuyo equipo pudo disponer de un penalti por manos de la defensa, clarísimas, en un remate de Suárez al cuarto de hora.
No obstante faltaba por llegar ese segundo gol que al menos disipara los nervios de los culés más traumatizados por la historia e insensibles al hecho de controlar el partido y demostrar una insultante superioridad. Inevitablemente Leo inició la jugada que dejó a Iniesta un espacio notable por la izquierda para que su centro raso y colocado lo rematara Suárez, inapelable, en el 64.
Madridistas y ‘colchoneros’ debieron apagar el televisor tras ese segundo gol, seguros de un desenlace inalterable a efectos de clasificación en el partido del Camp Nou. Pospuesta la emoción del liderato el partido se sumió, por consenso, en una calma chicha. El Sporting no se veía capaz de mucho más, así que trató de ordenar las líneas preparándose para una sesión de Tridente con el doble objetivo de resarcir a Neymar y sobre todo de reforzar a Suárez de cara al Pichichi. Un penalti (por mano) en el 74 le brindó la oportunidad de añadir el segundo de la noche y colocarse líder, un gol por encima de Cristiano Ronaldo.
Después de todo valió la pena el mal rato pasado para asistir al despertar de un Barça con ideas muy claras y finalmente con la precisión mecánica de un motor bien engrasado para cumplir con la misión de la noche. Neymar, soberbio, le fabricó el penalti del Hat-trick del uruguayo y la ola no se hizo esperar en el Camp Nou en honor de un Barça que, sin duda, puede y merece ser campeón de esta Liga. Dio tiempo de todo todavía, pues Neymar provocó y transformó otro penalti –lo necesitaba– mientras que Messi le puso a Suárez su cuarto gol para otro excepcional registro de este equipo, un doble-cuatro de Suárez en dos partidos consecutivos. Increíble.