La era Luis Enrique ya tiene su segunda Liga. Dos en dos años. El Barça, seis de las últimas ocho. Con un fútbol que marca tendencia, incontenible en ataque, con descarada autoridad, el Barça se proclamó en Granada campeón de Liga, alargando un reinado y una hegemonía que nadie puede cuestionar. Tuvo que ser Luis Suárez quien firmara el acta final de un ciclo superdotado. Un ‘hat trick’ espectacular en un sprint final inspirado, de crack fuera de lo común. Su último gol, la esencia de todo, un tanto ‘made in tridente’.
Devoró una ventaja de una docena de puntos por un bajón del que aún hoy no hay explicación, es cierto, pero la plantilla azulgrana se levantó. Nunca perdió el renglón de su propia historia. Remató el título pasando por encima de un Granada frágil y desestructurado, con la mente más en las vacaciones que en el césped. No hubo tiempo para el suspense. El Barça no lo merecía.
Los azulgrana jugaron ayer dos partidos. El de Los Cármenes y el que, por el móvil-transistor de un utillero, se disputaba en Riazor. La consigna de Luis Enrique era pensar solo en ganar, pero alguna mirada furtiva se escapaba hacia el banquillo. Una guerra de nervios de la que pronto salió bien parados, a pesar de los goles que atronaban los madridistas.
Con la salvación Grabada en el carnet de identidad, el Granada quedó Sometido a la sobrecogedora suficiencia culé, al convencimiento de ser campeones. Aguantó una veintena de minutos, con el juego inclinándose hacia la izquierda. Suelto y enchufado, Neymar encontró en Lombán el salvoconducto hacia el título. Con el runrún en la grada celebrando o maldiciendo el primer tanto del Madrid a los diez minutos, el Barça fue cocinando su éxito final.
Era cuestión de inocular su veneno y dejar su presa aturdida para ajusticiarla después. Y así fue. Cuestión de un puñado de minutos. Iniesta ideó, Alba se apresuró, Neymar centró y Luis Suárez remató. El camino estaba despejado. El técnico granadino detectó el problema y ordenó el cambio de laterales. Lombán huyó del territorio del brasileño y se refugió en la derecha. Tampoco tuvo suerte. El teletipo de La grada cantaba el segundo del Real, pero daba igual. El Barça era dueño del campeonato. Luis Suárez había desprecintado el marcador y quería repetir. El gatillo estaba bien engrasado. Un desplazamiento largo de ‘Masche’, un centro apurado de Alves y cabezazo. Pura artesanía.
Como no andaba angustiado por la necesidad, el Granada dejó de ser rival. Jugaba a espasmos, destensado. Se aburguesó pensando que era de Primera. El desgaste de la temporada les había dejado sin gasolina en la reserva. La segunda parte trajo la segunda victoria del día.CR7sequedabaenel vestuario y Luis Suárez reinaba en el Pichichi y la Bota de Oro.
Un gran final
Era solo cuestión de administrarla alegría, la adrenalina, la euforia. Con cabeza. El Real Madrid sabía que ya no podían ser campeones. Florentino iba mirando su móvil buscando alguna noticia esperanzadora que no llegó. El Barça atrapó el balón y no lo soltó. Lo fue tocando, con parsimonia, generando ocasiones.
Lo único que animaba el cotarro era alguna tangana. Sin prestar atención a un Mascherano tendido en el suelo, Cuenca hilvanó una jugada y una asistencia que acabó fuera y con la recriminación de todos los azulgrana. Hubo empujones pero nada más. Todo se resumía al discurrir del reloj. Ya no importaba lo que pasaba en Riazor. Y se inventaron el mejor final. Luis Suárez certificó el campeonato con un ‘hat trick’ que llevaba la firma del tridente. Brillante.